Había una vez en el castillo de un pequeño reino
llamado Luminia, la hija del rey y la reina estaba deseosa por conocer la
ciudad pero sus padres le dijeron que no saldría del castillo hasta que
cumpliera los once años. Ella quien lleva por nombre Lorena ya tenía diez, ya
sólo faltaba medio año para su próximo cumpleaños.
La pequeña princesa parecía una muñeca de porcelana con
la piel blanca y suave, ojos verdes y cabello ondulado de color castaño.
Siempre sonreía a pesar de su constante soledad. En el castillo tenía toda
clase de juguetes y cosas pero nadie con quien jugar. Nunca lloraba porque
sabía que pronto conocería alguien con quien compartir todo lo que tenía, al
menos siempre le eso decían sus padres. Todas las noches iba a la cama
anhelando el día de poder salir del castillo. Repetidas veces intentó convencer
a sus padres de salir a convivir con más niños; los únicos niños con los que
había convivido eran los hijos de la servidumbre, pero casi no podía jugar con
ellos porque no iban todos los días o iban tan temprano que ella se encontraba
tomando clases en algún salón del castillo.
Un día, la pequeña Lorena había terminado su sesión
de estudio matinal y quería jugar pero primero tenía que tomar un baño. Su
madre la tomó de una mano para llevarla a la tina mientras platicaba con ella sobre
lo que había visto en clase.
-Mami, ya quiero salir a conocer la ciudad- decía
Lorena desvistiéndose para meterse en la tina. Siempre era el mismo tema pero
la reina simplemente no podía perder la paciencia ante su amada hija.
-Pronto conocerás eso y más, mí pequeña- respondió
la reina acariciando su cabezita-, pero ahora vamos a la bañera, no querrás bañarte
con agua fría.
Ambas se metieron en la bañera hasta que Lorena
estuviera limpia. Su madre la vistió, le dio un abrazo y le dijo que jugara con
cuidado. La pequeña fue a prisa al cuarto de juegos, sus pequeños zapatitos
resonaban por los pasillos del castillo; hoy sentía una extraña felicidad, más
de la normal y unas ganas inmensas por dibujar. Como si alguien hubiera
mencionado el escondite de aquello tan colorido, la pequeña fue directo a un
cajón donde hallo un paquete de crayones de muchos colores, eran más de veinticinco,
ahora sólo tuvo que buscar hojas y comenzar a dibujar. Volteo la caja para que
los crayones salieran cayendo a su alrededor en el suelo sin romperse. Agarró
uno y comenzó a dibujarse en el castillo junto con algunos personajes salidos
de su imaginación. Cuando acabó, los coloreo y puso una sonrisa muy grande a
cada uno de ellos.
Los personajes que ella dibujó eran un hada, un
chico mitad gato y un niño de cabello castaño como el de ella, cada uno tuvo colores pastel mientras
que el castillo tenía de todos los colores que traía la caja. Con sus ojitos
inocentes observaba el dibujo terminado hasta que comenzaron a cerrarse; se
recostó a un lado de las hojas y los crayones con el dibujo en la mano y sin
más, cayó profundamente dormida. Al cabo de unas horas sus padres la llevaron a
su cama para que descansara pero ellos no sabían que ella no despertaría a la
mañana siguiente, al menos no en Luminia.
Lorena restregaba sus manitas en sus ojitos, estaba
despertando y todo a su alrededor se veía muy colorido, supo de inmediato que
no estaba en el castillo careciente de color pero aun así no identificaba el
lugar a pesar de que se le hacía familiar. Cuando al fin abrió los ojos por
completo vio que a su alrededor la rodeaban tres personajes raramente
familiares; se trataban de su hada, chico gato y aquel niño castaño, Lorena no
sabía si creer o no en lo que sus ojos le mostraban así que los restregó
nuevamente y seguían ahí, de alguna manera eran reales, no trato de buscar
explicaciones, simplemente se limito a sonreír y esperar a que pasara algo. Por
parte del reino, sus padres se estaban preocupando, ya era medio día y su hija
seguía en cama, por más que le hablaran y movieran ella no despertaba.
-¡Bienvenida al reino del crayón!- dijo el hada.
-Ahora que has despertado podemos comenzar nuestro viaje-
añadió el niño el castaño.
-¡Meow! ¡Sí, sí, vamos princesa! ¡Levántate!-
exclamaba el chico con orejas de gato que sobresalían encima de su cabeza,
quien comenzó a tirar del brazo izquierdo de la pequeña para levantarla. Ella
seguía sonriéndoles, incrédula pero ignoró toda lógica que le había sido
enseñada mientras se levantaba. Ya de pie habló, unos minutos con los
fantásticos personajes y fue cuando le dijeron que ella era la única que los
podía guiar de regreso a su hogar pues no tenían camino por dónde ir, ¡la
princesita olvido dibujar un camino hacía el castillo! y aunque estaba la caja
de crayones a un lado, sólo ella podía dibujar con ellos. Sin más, tomó un
crayón y empezó a dibujar algo al azar en el aire para comprobar si se
materializaría y así fue, el círculo que dibujo se convirtió en una pelota y
cayó rebotando en el suelo, Lorena quedó impresionada y enseguida comenzó a
dibujar un camino.
Un día entero había pasado y sus padres no hallaban
qué hacer, ya habían llamado a los mejores doctores de la ciudad; ahora
llamarían a los de fuera, querían saber lo que tenía su pequeña, ¿por qué no
despertaba? Pues todos los doctores les habían confirmado lo más importarte:
que seguía con vida.
Un segundo día de agonía comenzaba en Luminia y de
diversión en el Reino del crayón. El objetivo principal de Lorena era dibujar
un camino hacia la ciudad colorida pero no podía evitar distraerse, dibujaba
parques, ferias y juguetes, los cuales usaba con aquellos personajes, ellos no
le decían que no y jugaban gustosos y sonrientes con ella. Estaba sintiendo la
calidez de tener compañía. Conforme pasaban las horas jugaban y caminaban
dejando todos los lugares divertidos atrás para ir creando nuevos.
-Eres muy divertida, princesa- dijo el niño castaño.
-Es verdad, no pensábamos que nos ayudarías y
divertirías al mismo tiempo- añadió el hada.
-Es como si nos conociéramos desde siempre, meow. Como
si fuésemos amigos de toda la vida-. La pequeña paró de dibujar un momento, y su
corazón se llenaba de esa calidez que tanto ansiaba desde hace mucho, una parte
que creía perdida empezó a aparecer.
-Siempre quise amigos… - una sonrisa de oreja a
oreja había aparecido en el rostro de Lorena, sonreía mostrando los dientes e
irradiaba felicidad.
-Cuando lleguemos a la ciudad, te la mostraremos
toda- dijo el niño.
-Y te presentaremos con nuestra colorida princesa,
que es muy parecida a ti- dijeron al mismo tiempo el chico mitad gato y el
hada.
-Está bien- fue lo único que dijo antes de seguir
dibujando y pintando el camino. Poco a poco se fueron dando cuenta que estaban
cerca porque hallaban partes de piso colorido, tal y como son en el Reino crayón
o al menos eso le decían los personajes a la pequeña Lorena.
Mientras ella estaba muy feliz haciendo amigos, sus
padres estaban cada vez más preocupados pues ni los mejores doctores pudieron
ayudarlos, todos llegaban a la conclusión de que sólo estaba dormida pero
ignoraban la razón del porque llevaba un día y medio en cama.
Un tercer amanecer llegó para ambos reinos. La
pequeña dibujaba el camino más a prisa, ya estaba ansiosa por llegar. Sus
padres faltos de soluciones la dejaron dormir un día más, esperando a que fuera
lo que el destino quisiese y muy tristes abandonaron el cuarto de su pequeña
hija para ir al trono a atender todo aquello que ignoraron por dos días.
Después de unas horas, Lorena y sus amigos estaban
ante las puertas del Reino crayón, eran realmente grandes. Mientras observaban
se fueron abriendo lentamente para que pasaran. Era cierto que el suelo
comprendía varios colores en él y el castillo poseía en su estructura todos los
colores de la caja. Con una inmensa emoción el hada, el chico mitad gato y el niño
llevaron a Lorena al castillo para presentarle a su princesa.
La princesa del mundo colorido era casi tan hermosa
como Lorena a diferencia que ella no vestía un vestido blanco sino uno lleno de
diversos colores pastel.
-¡Princesa, princesa! Hemos vuelto, meow- grito en
la puerta del castillo para que les abrieran y la princesa bajara. Su princesa
no lo podía creer del todo y los dejó pasar de inmediato. A pesar de su
felicidad tenía que decirles algo por haber salido.
-¡No vuelvan a salir de esta forma!, saben que más
allá del reino no hay…nada- una pausa notable remarco su decepción, no podían
abandonar el reino porque no había un camino que seguir y se perderían en la
nada.
-Pero mi estimada princesa, ella ha dibujado un
camino- dijo el niño tratando de animarla.
-Sí, sí, ¡ha dibujado ferias, parques y juguetes
alrededor del reino!- el hada se unió a la conversación, igualmente para animar
a su princesa.
-Le he puesto un caminito. Valla a donde valla siempre
llegara aquí, a la ciudad de colores- comenta sonriente Lorena.
-¡¿Pero cómo lo has hecho?! Muchos, incluso yo hemos
intentado hacer un camino más allá y no hemos podido-
-Yo tampoco sé porque pude hacerlo pero ahora podrán
salir a conocer más allá de su reino-
-No sé cómo agradecerte, por años no hemos podido
conocer nada más allá de ésta ciudad-
-Sé como es eso…yo no he podido salir de mi castillo
pero ya he conocido amigos aquí-
-¿Tú castillo?- pregunta extrañada la princesa de
colores.
-Sí, yo también vivo en un castillo, no es de
colores como éste pero es igual de grande. Mis papás me han dicho que cuando
sea más grande podré salir y conocer la ciudad-
-Si quieres podemos mostrarte nuestra ciudad, tómalo
como seña de mí agradecimiento-
-¡Sí!- responde efusiva la pequeña. A pesar de
tantas energías se le notaba cansada. En todo el viaje no había podido dormir
bien así que decidió dormir en el castillo de colores, esperando poder conocer
a la mañana siguiente esa ciudad.
Al despertar, en vez de estar en el Reino crayón, se
encontraba en su habitación, lo supo al ver cuatro paredes de color rosa pastel
y piso blanco. Se levantó algo decepcionada, de nuevo se encontraba en su castillo
de donde no podía salir. Bajó las escaleras en pijama y calcetines para
comprobar que ya estaba en casa. El rey y la reina divisaron una pequeña sombra
asomarse en la sala del trono: era su muy amada hija. Sin pensarlo dos veces
ambos se levantaron de su trono y se dirigieron a abrazarla y besarla.
-¡Que alivio que estés bien, mí niña!- dijo la reina
aun abrazándola con fuerza. Lorena no entendía que sucedía pero su semblante no
era tan feliz como siempre.
-¿Qué pasa, corazón?- pregunta el rey preocupado por
la expresión poco sonriente de su hija.
-Se suponía que hoy conocería una ciudad…y cuando
desperté vi que estaba en casa y no en el castillo de colores-. Sus padres no
entendían a que se refería, probablemente eso fue lo que soñó en los tres días
que estuvo dormida. El rey y la reina se vieron el uno al otro, intercambiaron
una mirada de culpa y posaron su vista
al suelo. Tantos años de no dejar salir del castillo a su hija por temor a que
algo le sucediera, no los ha dejado ver que eso la fue haciendo infeliz.
-Tal vez fue una señal de que es hora de dejar por
hoy los deberes reales y salir a dar un paseo familiar- dice la reina en tono
culposo.
-Tienes razón querida, no podemos privar del mundo
por siempre a nuestra pequeña, debe conocer cuanto antes el reino que se le
será heredado- contesta el rey dándole la razón a su esposa. Así es como le dan
la gran noticia a su hija quien de inmediato va a su habitación para cambiarse
de ropa y ponerse un bonito par de zapatos.
Tal vez no haya conocido la ciudad de colores pero
va a conocer la suya y qué mejor que hacerlo junto a sus padres. Lo único malo
era que sus primeros amigos estaban en papel, pero de no haber sido por ellos,
nunca hubiera experimentado la reconfortante calidez de la amistad, la cual
experimentaría pronto nuevamente porque asistiría a una escuela en la ciudad
donde podrá conocer personas de las cuales saldría alguien a quien ella podría
llamar amigo.
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